Es seguro que los lectores de esta nota tuvieron alguna vez una semilla en sus manos. Quizás no hayan pensado en su procedencia o en quién la cultivó o por qué existen diferentes variedades de una misma especie. Es posible también que se hayan preguntado ¿por qué algunas semillas están “pintadas” de colores?
Las plantas que hoy cultivamos –que nos alimentan, agradan nuestros sentidos y nos curan– derivan, y por ello están emparentadas, de muchas plantas silvestres. En un largo proceso, los seres humanos fuimos observando las que más se adecuaban a nuestras necesidades –culinarias, medicinales, textiles– y seleccionamos las mejores, recolectamos sus semillas y las guardamos para la otra temporada, probando diferentes fechas de siembra, etc. Un lento y extenso camino, donde las mujeres jugaron un rol fundamental, por estar cotidianamente más cerca de la casa y de las necesidades de la familia. Un proceso de observación, análisis, prueba, ensayo, discusión, selección y adaptación.
Cuando hoy comemos un vegetal, por ejemplo los tomates, ¿pensamos cómo era la planta original? Somos herederos de un proceso que no solo debemos aprovechar, sino continuar. Por eso le proponemos sembrar, cosechar, conservar e intercambiar semillas de hortalizas, de plantas florales, medicinales, tintóreas y textiles. ¿Cómo? Aquí van algunas pautas.
¿Por qué guardar semillas?Hay muchas razones y cada uno de nosotros puede hacer una jerarquización de ellas. En primer lugar como hecho cultural, propio de nuestros sueños e ideales. Es importante atesorar y enriquecer las semillas de aquellas plantas que consumimos cada día, haciéndonos integrantes de procesos más amplios que nos contienen e invitan a participar.
En segundo lugar, podemos guardar las semillas de las plantas que mejor se adapten a nuestra zona: a las temperaturas, al régimen de lluvias, a las condiciones del suelo. En este momento de cambios climáticos, más que nunca, deberemos actuar seleccionando aquellas variedades que pueden adaptarse al nuevo régimen de lluvias o a la variación de temperatura.
También conviene guardar semillas por un criterio económico: si marcamos las plantas, las cuidamos y cosechamos las semillas de manera adecuada, no gastamos dinero.
Además, y esto es muy importante, nos aseguramos la identidad y calidad de las semillas. Por identidad nos referimos a que la variedad se corresponda con aquella que queremos y no sea de otras similares y emparentadas. La calidad se refiere a que las semillas estén sanas –que no contengan insectos, ni esporas de hongos, ni bacterias– y tengan todos sus órganos vitales –el embrión, los cotiledones y las cubiertas. Tanto si contienen esporas de hongos como por ausencia del embrión, las semillas pueden no originar las plantas que deseamos.
Aunque no menos importante, conservar las semillas implica poder utilizarlas en el momento en que nosotros lo deseamos, en el momento oportuno, sin esperar que estén disponibles en el mercado.
Obtener nuestras propias semillas nos permite comenzar un cultivo de manera orgánica o agroecológica, dado que muchas veces las que compramos están tratadas con plaguicidas –las reconocemos por el color rojo o azul. Manipular las semillas con plaguicidas es peligroso, porque puede ingresar a nuestro cuerpo causando diferentes tipos de enfermedades.
Cosechar, conservar e intercambiar semillas forma parte de la resistencia a la mercantilización de los alimentos y al patentamiento de la misma vida.
El mercado mundial de la compra y venta de las semillas está dominado por un grupo de solo seis empresas. De modo vertical, estas empresas integran en los complejos agroindustriales las etapas de producción de semillas y plaguicidas y la de producción y comercialización de alimentos. Estas empresas son las que determinan qué semillas se mejoran, qué variedades se lanzan al mercado y con qué características; es decir, deciden lo que usted y yo comemos, más allá de nuestros gustos personales. Aquellas variedades de plantas que no se adaptan a lo que el mercado está dispuesto a consumir, son dejadas de lado.
Así, mientras los huerteros-consumidores seleccionamos las plantas de las cuales obtenemos las semillas por su gusto, color, fragancia o sabor, el mercado solo selecciona aquello que resista al transporte, lo que pueda conservarse más en la heladera o en una góndola, o lo que sea homogéneo –igualdad en la maduración sobre la planta, en el tamaño o en el color. Así, variedades gustosas como el maíz Paraguayo o el tomate Platense han sido dejadas de lado por la forma o el tamaño de los frutos.
Además, este proceso concentrador del capital está intentando concentrar la vida, a partir del patentamiento de especies y variedades de plantas. Y si una variedad de planta se patenta, solo podrá utilizarla aquel que pague las regalías.
Pasos a seguir para la Conservación de Semillas
SelecciónElegimos la planta de la cual queremos obtener y guardar las semillas. Ya sea porque floreció temprano, o tarde, porque los frutos fueron más grandes, o porque resistió a los insectos. Marcamos la planta a fin de que toda la familia sepa que la estamos reservando, una banda de tela es suficiente. Debemos regar y abonar bien esta planta, sobre todo cuando esté en floración y producción de semillas. Observemos permanentemente el estado del ejemplar, anotando las fechas de cada fase: floración, fructificación, etc.
CosechaRecoger las semillas es la parte más difícil y es donde debemos poner toda la atención. Vamos a diferenciar la cosecha de las semillas contenidas en frutos secos de aquellas contenidas en frutos carnosos.
Las semillas de frutos carnosos, como el tomate, son las más sencillas de obtener. Hay que esperar a que el fruto madure completamente. En algunos casos, como el tomate, ají, berenjena, pepino, zapallo y zapallito, debemos aguardar a que el fruto llegue a la pudrición.
Una vez que tenemos el fruto, podemos seguir varias alternativas. Una de ellas consiste en separar las semillas de la parte carnosa empleando un chorro débil de agua debajo del cual ponemos un colador a fin de retener las semillas. Este proceso permite deshacer las partes carnosas con nuestras manos. Al finalizar, debemos lavar bien las semillas contenidas en el colador. Luego las colocamos sobre un papel blanco y este sobre un plato. Las ponemos a secar al aire libre, en un lugar donde no les dé directamente el sol. En este último paso debemos tener cuidado de que el viento no las disperse.
Con las semillas contenidas en frutos secos, pueden ocurrir dos cosas: que el fruto se abra (dehiscente) o que no se abra (indehiscente). En el caso que no se abra, como las habas o las arvejas, podemos esperar la maduración total sobre la planta antes de cosecharlas. En el caso de los frutos que se abren, como la rúcula o la berza, debemos cosecharlos antes de la apertura –en el momento en que adquieren un color castaño claro– y ponerlos a terminar de secar sobre lienzos, de manera que si se abren las semillas sean contenidas por estos.
Si la floración de la planta es escalonada y extensa en el tiempo –como el caso del perejil y la zanahoria– debemos ir cosechando también en forma escalonada. Con tijeras cortamos y ponemos a secar las inflorescencias en las cuales los frutos ya tienen color castaño claro, mientras dejamos en la planta las semillas en proceso de desarrollo y maduración.
LimpiezaUna vez cosechados los frutos secos, tanto los que se abren en la planta como los que no, los estrujamos sobre un lienzo de manera de retirar las semillas del fruto. Usamos coladores o cernidores para hacerlo y con un soplido débil ayudamos a que se separen las impurezas.
AlmacenamientoUna vez que tenemos las semillas ya secas, debemos conservarlas en un lugar apropiado. Recomiendo hacerlo en frascos de vidrio, con pequeños agujeritos en la tapa o cubiertos con un lienzo bien apretado. Recordemos poner el nombre de la especie, la variedad, la fecha de recolección e identificar nuestra huerta.
Un método que utilizan muchas personas consiste en guardar en bolsas de polipropileno de un año para el otro las semillas de maíz, de arvejas y de habas, sin separarlas de las chalas o de las cubiertas, colgándolas en lugares con buena circulación de aire.
Atrévase. Conservar semillas es apostar al futuro y también hacer frente al sistema económico-cultural imperante.
Las plantas que hoy cultivamos –que nos alimentan, agradan nuestros sentidos y nos curan– derivan, y por ello están emparentadas, de muchas plantas silvestres. En un largo proceso, los seres humanos fuimos observando las que más se adecuaban a nuestras necesidades –culinarias, medicinales, textiles– y seleccionamos las mejores, recolectamos sus semillas y las guardamos para la otra temporada, probando diferentes fechas de siembra, etc. Un lento y extenso camino, donde las mujeres jugaron un rol fundamental, por estar cotidianamente más cerca de la casa y de las necesidades de la familia. Un proceso de observación, análisis, prueba, ensayo, discusión, selección y adaptación.
Cuando hoy comemos un vegetal, por ejemplo los tomates, ¿pensamos cómo era la planta original? Somos herederos de un proceso que no solo debemos aprovechar, sino continuar. Por eso le proponemos sembrar, cosechar, conservar e intercambiar semillas de hortalizas, de plantas florales, medicinales, tintóreas y textiles. ¿Cómo? Aquí van algunas pautas.
¿Por qué guardar semillas?
En segundo lugar, podemos guardar las semillas de las plantas que mejor se adapten a nuestra zona: a las temperaturas, al régimen de lluvias, a las condiciones del suelo. En este momento de cambios climáticos, más que nunca, deberemos actuar seleccionando aquellas variedades que pueden adaptarse al nuevo régimen de lluvias o a la variación de temperatura.
También conviene guardar semillas por un criterio económico: si marcamos las plantas, las cuidamos y cosechamos las semillas de manera adecuada, no gastamos dinero.
Además, y esto es muy importante, nos aseguramos la identidad y calidad de las semillas. Por identidad nos referimos a que la variedad se corresponda con aquella que queremos y no sea de otras similares y emparentadas. La calidad se refiere a que las semillas estén sanas –que no contengan insectos, ni esporas de hongos, ni bacterias– y tengan todos sus órganos vitales –el embrión, los cotiledones y las cubiertas. Tanto si contienen esporas de hongos como por ausencia del embrión, las semillas pueden no originar las plantas que deseamos.
Aunque no menos importante, conservar las semillas implica poder utilizarlas en el momento en que nosotros lo deseamos, en el momento oportuno, sin esperar que estén disponibles en el mercado.
Obtener nuestras propias semillas nos permite comenzar un cultivo de manera orgánica o agroecológica, dado que muchas veces las que compramos están tratadas con plaguicidas –las reconocemos por el color rojo o azul. Manipular las semillas con plaguicidas es peligroso, porque puede ingresar a nuestro cuerpo causando diferentes tipos de enfermedades.
Cosechar, conservar e intercambiar semillas forma parte de la resistencia a la mercantilización de los alimentos y al patentamiento de la misma vida.
El mercado mundial de la compra y venta de las semillas está dominado por un grupo de solo seis empresas. De modo vertical, estas empresas integran en los complejos agroindustriales las etapas de producción de semillas y plaguicidas y la de producción y comercialización de alimentos. Estas empresas son las que determinan qué semillas se mejoran, qué variedades se lanzan al mercado y con qué características; es decir, deciden lo que usted y yo comemos, más allá de nuestros gustos personales. Aquellas variedades de plantas que no se adaptan a lo que el mercado está dispuesto a consumir, son dejadas de lado.
Así, mientras los huerteros-consumidores seleccionamos las plantas de las cuales obtenemos las semillas por su gusto, color, fragancia o sabor, el mercado solo selecciona aquello que resista al transporte, lo que pueda conservarse más en la heladera o en una góndola, o lo que sea homogéneo –igualdad en la maduración sobre la planta, en el tamaño o en el color. Así, variedades gustosas como el maíz Paraguayo o el tomate Platense han sido dejadas de lado por la forma o el tamaño de los frutos.
Además, este proceso concentrador del capital está intentando concentrar la vida, a partir del patentamiento de especies y variedades de plantas. Y si una variedad de planta se patenta, solo podrá utilizarla aquel que pague las regalías.
Pasos a seguir para la Conservación de Semillas
- Definir qué queremos atesorar
- Seleccionar las mejores plantas
- Recolectar las semillas cuando estén maduras
- Limpiar las semillas
- Etiquetar y Almacenar
Selección
Cosecha
Las semillas de frutos carnosos, como el tomate, son las más sencillas de obtener. Hay que esperar a que el fruto madure completamente. En algunos casos, como el tomate, ají, berenjena, pepino, zapallo y zapallito, debemos aguardar a que el fruto llegue a la pudrición.
Una vez que tenemos el fruto, podemos seguir varias alternativas. Una de ellas consiste en separar las semillas de la parte carnosa empleando un chorro débil de agua debajo del cual ponemos un colador a fin de retener las semillas. Este proceso permite deshacer las partes carnosas con nuestras manos. Al finalizar, debemos lavar bien las semillas contenidas en el colador. Luego las colocamos sobre un papel blanco y este sobre un plato. Las ponemos a secar al aire libre, en un lugar donde no les dé directamente el sol. En este último paso debemos tener cuidado de que el viento no las disperse.
Con las semillas contenidas en frutos secos, pueden ocurrir dos cosas: que el fruto se abra (dehiscente) o que no se abra (indehiscente). En el caso que no se abra, como las habas o las arvejas, podemos esperar la maduración total sobre la planta antes de cosecharlas. En el caso de los frutos que se abren, como la rúcula o la berza, debemos cosecharlos antes de la apertura –en el momento en que adquieren un color castaño claro– y ponerlos a terminar de secar sobre lienzos, de manera que si se abren las semillas sean contenidas por estos.
Si la floración de la planta es escalonada y extensa en el tiempo –como el caso del perejil y la zanahoria– debemos ir cosechando también en forma escalonada. Con tijeras cortamos y ponemos a secar las inflorescencias en las cuales los frutos ya tienen color castaño claro, mientras dejamos en la planta las semillas en proceso de desarrollo y maduración.
Limpieza
Almacenamiento
Un método que utilizan muchas personas consiste en guardar en bolsas de polipropileno de un año para el otro las semillas de maíz, de arvejas y de habas, sin separarlas de las chalas o de las cubiertas, colgándolas en lugares con buena circulación de aire.
Semillas de quinoa (Chenopodium quinoa) y maíz: dos cultivos ancestrales que fueron el principal sustento de la agricultura de la Región Andina antes de la llegada de los españoles a América.
Cultivar nuestras propias plantas es apasionante. Cosechar y utilizar nuestras semillas lo es más aún. No solo podemos cerrar el ciclo sino también atesorar, enriquecer y mejorar especies vegetales de acuerdo a nuestros propios intereses y compartirlas con los demás. Así nos hacemos partícipes de la co-evolución entre los seres humanos y las plantas cultivadas.Atrévase. Conservar semillas es apostar al futuro y también hacer frente al sistema económico-cultural imperante.
Javier Souza Casadinho es Ingeniero Agrónomo y Magíster en Metodología de la Investigación Científica. Es Docente de la cátedra de Sociología y Extensión (FAUBA), Codirector del Centro de Estudios sobre Tecnologías Apropiadas de la Argentina (CETAAR) y Coordinador Regional de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas de América Latina (RAPAL). También es huertero, en la Huerta familiar “El Paraíso”.
Textos: Javier Souza Casadinho - Fotografías: Diana Roglich
Fuente: Maipue - Club de Jardinería
JARDINES AL SUR - El césped de Santa Fe
Av. Aristóbulo del Valle 4987 - (3000) Santa Fe - Tel: 0342-455-8440
Textos: Javier Souza Casadinho - Fotografías: Diana Roglich
Fuente: Maipue - Club de Jardinería
JARDINES AL SUR - El césped de Santa Fe
Av. Aristóbulo del Valle 4987 - (3000) Santa Fe - Tel: 0342-455-8440
Comentarios
Publicar un comentario