El verano incrementa de manera dramática el nacimiento, crecimiento y proliferación de pastos y yuyos, y con ellos, la necesidad de cortarlos. En invierno uno la cancherea un poco. Pero si en verano no cortás los pastos una vez por semana estás en problemas. Esta nota es pasto para las fieras.
TEXTO. Néstor Fenoglio (nfenoglio@ellitoral.com). DIBUJO. Luis Dlugoszewski (lzewski@yahoo.com.ar).
Yo creo que el verdadero castigo bíblico para el hombre expresa: “Cortarás el pasto con el sudor de tu frente”. Puede ocurrir que para unas pocas personas, insensibles o privilegiadas, cortar pastos no represente un esfuerzo o, allá ellos, incluso pueda ser una actividad placentera. Pero para la mayoría de los mortales, cortar pasto es una tarea tediosa u odiosa, que pone a prueba nuestra capacidad volitiva. Porque al rato ya tenés las volitivas llenas y querés largar todo al diablo.
En los jardines normales donde uno tiene gramilla o césped de base, más algunas plantas o árboles, las lluvias y los calores de verano te van armando agenda día tras día. A medida que ves crecer el pasto, vos vas cambiando la percepción: desde el sano orgullo del primer día en que cortaste los pastos, hasta el punto intermedio en que te percatás que los guachos están creciendo, incluyendo finalmente la advertencia de tu mujer que te dice bien clarito: hay que cortar esos yuyos. Porque mágicamente, los pastos recién cortados de la semana pasada ahora son yuyos, malezas, cosas feas que crecen en tu jardín...
Estás entonces conminado externamente y también condicionado internamente. No se sabe cómo, el jardín es de todos, pero a los pastos o yuyos los cortás vos. Es un carácter transitivo de género, cuyo íntimo funcionamiento es inefable y discutir sobre ello es alargar la agonía: tenés que cortar los pastos, vos, sí, vos, hermano. Y punto (a esa altura te sentís realmente punto).
Hay gente que va entreviendo en la agenda semanal el momento de entrarle a la cuestión: uno necesita un par de horas libres como mínimo por delante para encarar la tarea. Dos o tres horas parece poco en una semana, pero no se trata de cualquier momento: no tiene que haber mucho sol, no tiene que estar por llover, no tenés que ir obligatoriamente a ningún lado, no tenés que llevar o traer a tu señora del peluquero o a tus pibes de un pelotero (peluquero o pelotero, uno ya mide las cosas con tiempo: dos horas y media), tenés que haber dormido la siesta, y finalmente, alineados ya los planetas, agarrar la cortadora y darle.
Conozco algunos que toman al arte de cortar los yuyos como si se tratara de una batalla, algo que hay que encarar con fe, incluso ante la posibilidad de una derrota. Empuñan la bordeadora, la cortadora, la pala, la guadaña o lo que fuera y acometen con furia. Esa fuerza inicial irá mermando luego, pero al menos uno inició el trabajo. Y el tándem yuyo-pasto es un tipo de actividad que no admite cuotas: si empezaste, hay que terminar. Uno se podrá hacer el canchero (igual te lo harán saber ...) y no remover con la pala la tierra alrededor del rosal, uno podrá no cortar los pastitos en las juntas de los mosaicos de la vereda (son tareas conexas y no el corte del pasto del jardín en sí mismo) o no juntar los yuyos cortados, o no barrer, pero si empezaste a cortar, hay que cortar hasta el final.
Hay otros, marketineros, que quieren que todos sepan que van a cortar o que están cortando los pastos. No lo toman como una tarea que uno humilde y calladamente debe hacer porque le corresponde. No: quieren que tanto tu familia, como los vecinos, como el ocasional transeúnte, todos, sepan que vos en persona, a pesar de todas las cosas importantes que tenés que hacer, finalmente les dispensás el honor de encarar tan innoble y pedestre actividad. El señor está cortando los pastos.
Después están los resignados o graciosos, que hacen comentarios tontos del tipo: ojo que se viene la tormenta. Es el prototipo argentino, jodón y dicharachero, que postula que el trabajo es algo ocasional, que hay que hacer porque no queda otra y que se trata sólo de un paréntesis entre hacer nada y hacer nada ...
Cualquiera fuera la motivación, los pastos están ahí y esperan. Más adelante abordaremos las técnicas de corte, los estilos y demás artimañas. Pero si no te gusta, andá a (protest)ar a los yuyos.
Fuente: Diario El Litoral - Revista Nosotros
TEXTO. Néstor Fenoglio (nfenoglio@ellitoral.com). DIBUJO. Luis Dlugoszewski (lzewski@yahoo.com.ar).
Yo creo que el verdadero castigo bíblico para el hombre expresa: “Cortarás el pasto con el sudor de tu frente”. Puede ocurrir que para unas pocas personas, insensibles o privilegiadas, cortar pastos no represente un esfuerzo o, allá ellos, incluso pueda ser una actividad placentera. Pero para la mayoría de los mortales, cortar pasto es una tarea tediosa u odiosa, que pone a prueba nuestra capacidad volitiva. Porque al rato ya tenés las volitivas llenas y querés largar todo al diablo.
En los jardines normales donde uno tiene gramilla o césped de base, más algunas plantas o árboles, las lluvias y los calores de verano te van armando agenda día tras día. A medida que ves crecer el pasto, vos vas cambiando la percepción: desde el sano orgullo del primer día en que cortaste los pastos, hasta el punto intermedio en que te percatás que los guachos están creciendo, incluyendo finalmente la advertencia de tu mujer que te dice bien clarito: hay que cortar esos yuyos. Porque mágicamente, los pastos recién cortados de la semana pasada ahora son yuyos, malezas, cosas feas que crecen en tu jardín...
Estás entonces conminado externamente y también condicionado internamente. No se sabe cómo, el jardín es de todos, pero a los pastos o yuyos los cortás vos. Es un carácter transitivo de género, cuyo íntimo funcionamiento es inefable y discutir sobre ello es alargar la agonía: tenés que cortar los pastos, vos, sí, vos, hermano. Y punto (a esa altura te sentís realmente punto).
Hay gente que va entreviendo en la agenda semanal el momento de entrarle a la cuestión: uno necesita un par de horas libres como mínimo por delante para encarar la tarea. Dos o tres horas parece poco en una semana, pero no se trata de cualquier momento: no tiene que haber mucho sol, no tiene que estar por llover, no tenés que ir obligatoriamente a ningún lado, no tenés que llevar o traer a tu señora del peluquero o a tus pibes de un pelotero (peluquero o pelotero, uno ya mide las cosas con tiempo: dos horas y media), tenés que haber dormido la siesta, y finalmente, alineados ya los planetas, agarrar la cortadora y darle.
Conozco algunos que toman al arte de cortar los yuyos como si se tratara de una batalla, algo que hay que encarar con fe, incluso ante la posibilidad de una derrota. Empuñan la bordeadora, la cortadora, la pala, la guadaña o lo que fuera y acometen con furia. Esa fuerza inicial irá mermando luego, pero al menos uno inició el trabajo. Y el tándem yuyo-pasto es un tipo de actividad que no admite cuotas: si empezaste, hay que terminar. Uno se podrá hacer el canchero (igual te lo harán saber ...) y no remover con la pala la tierra alrededor del rosal, uno podrá no cortar los pastitos en las juntas de los mosaicos de la vereda (son tareas conexas y no el corte del pasto del jardín en sí mismo) o no juntar los yuyos cortados, o no barrer, pero si empezaste a cortar, hay que cortar hasta el final.
Hay otros, marketineros, que quieren que todos sepan que van a cortar o que están cortando los pastos. No lo toman como una tarea que uno humilde y calladamente debe hacer porque le corresponde. No: quieren que tanto tu familia, como los vecinos, como el ocasional transeúnte, todos, sepan que vos en persona, a pesar de todas las cosas importantes que tenés que hacer, finalmente les dispensás el honor de encarar tan innoble y pedestre actividad. El señor está cortando los pastos.
Después están los resignados o graciosos, que hacen comentarios tontos del tipo: ojo que se viene la tormenta. Es el prototipo argentino, jodón y dicharachero, que postula que el trabajo es algo ocasional, que hay que hacer porque no queda otra y que se trata sólo de un paréntesis entre hacer nada y hacer nada ...
Cualquiera fuera la motivación, los pastos están ahí y esperan. Más adelante abordaremos las técnicas de corte, los estilos y demás artimañas. Pero si no te gusta, andá a (protest)ar a los yuyos.
Fuente: Diario El Litoral - Revista Nosotros
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